sábado, 26 de marzo de 2011

Argentina, Dia de un Año Por Gustavo Gordillo

Siempre llama la atención la capacidad de los seres humanos para enamorarse. Convengamos: que dos personas, nacidas en familias diferentes, con distintos grupos de amigos, de parientes, de compañeros de escuela, de experiencias vividas descubran, de pronto, que son el uno para el otro y decidan celebrar ese momento y quieran ir por más, aun rompiendo con todo su pasado, es un hecho extraño. Poco comprensible para quienes no participan de su romance.
Ocurre, no obstante.
Todo el tiempo.
En el mundo entero, incluso: miles de millones de personas con memorias totalmente distintas acerca del mundo, deciden que son parte de lo mismo.
Y no es que seamos mucho más que nuestra memoria, claro.
Ocurre también que, en estas fechas -24, 25 de marzo- la memoria parece reforzar su sentido, su alcance, su condición de potencia de infinitudes.
En estas fechas, también, la memoria trae, de modo contundente, la figura de Rodolfo Walsh.
Un Rodolfo Walsh que –al momento de su muerte- era considerado por el poder de turno como, simplemente, un subversivo.
Pasando a ser, luego, un subversivo “desaparecido”.
Sin embargo, Walsh no es, rigurosamente hablando, un “desaparecido”: fue asesinado a la luz del día un 25 de marzo de 1977 –testimonios de detenidos-desaparecidos aseguran haber visto como ingresaban su cuerpo, ya cadáver, en la ESMA-. Lo que desaparecieron, sí, fue su cuerpo y todo lo que pudieron secuestrar de su casa en San Vicente.
La cantidad de argentinos secuestrados, desaparecidos, asesinados se cuenta, sabemos, por decenas de miles. En tanto asesinado como consecuencia de la lucha contra el régimen instaurado en marzo del ’76, no es, no debería ser Rodolfo Walsh ni un paradigma ni un representante destacado o especialmente significativo. Ni cronológica ni históricamente (no fue el primero, no fue el último, no fue el más importante).
¿Por qué, entonces, esta constante contigüidad entre el recuerdo de la figura de Rodolfo Walsh y el recuerdo del comienzo de la última dictadura cívico-militar?
¿Se trata de una simple coincidencia por la vecindad de fechas en las efemérides?
Porque a la hora de la “vecindad de fechas”, pareciera más significativo, por ejemplo,  el asesinato del Teniente Coronel Bernardo Alberte[1], ocurrido en las primeras horas del mismísimo 24 de marzo de 1976: era declaradamente peronista, se trataba de un militar en actividad, no murió “en combate” con las fuerzas de la represión. Su muerte sigue impune.
No es un desaparecido, es cierto. Pero tampoco Walsh lo es.
No obstante, la referencia inevitable, la memoria inmediata, sigue siendo Rodolfo Walsh.
¿O, acaso, es una de esas “casualidades necesarias” –esos hechos fortuitos que adquieren una significancia fundamental- que tanto entusiasmaban a Borges?
¿Por qué Walsh, siendo un creador de literatura, un investigador más bien policíaco, un circunstancial periodista, un militante revolucionario, un miembro de la organización Montoneros, sin ser un peronista declarado, sin ser realmente un desaparecido, aparece como figura ineludible al pensar en ese nefasto período?
Del mismo modo podríamos preguntar: teniendo en cuenta que la dictadura iniciada en 1976 hizo añicos la estructura productiva de nuestro país, condenó a la miseria a cientos de miles de personas, declaró una guerra imposible de sustentar, endeudó la nación a niveles inéditos hasta el momento, desarticuló la organización social que llevaba décadas de trabajosa concreción… ¿Por qué la referencia primera e inevitable de ese período son “los desaparecidos”?
Alguien podría decir que se trata de la misma “operación” de des-información: ocultar toda motivación real detrás de lo que “vende” más, de lo que resulta más impactante para la sociedad, de lo que resulta menos “ideologizable”: la “desaparición” –secuestro, tortura infinita y asesinato no declarados- de seres humanos, más allá de toda pertenencia, actividad, lucha y/o pensamiento.
Tal era lo que muchos creíamos allá en los ’80, en la propaganda des-peronizadora, des-malvinizadora, des-movilizadora del alfonsinato. O en su correlato feroz y aniquilante de des-memoria colectiva, el del Lagerführer Carlos Saul encargado de recorrer el campo, pistola en mano, para dar el tiro de gracia: los ’90, el mememato.
Y sin embargo…
Sin embargo, hoy todo es distinto.
Quien haya participado u observado de cerca las marchas por la Ley de Medios, la movilización abrumadora ante el fallecimiento de Néstor Kirchner o, acá nomás, las nutridísimas marchas ante este último 24 de marzo, habrá notado algunas particularidades.
La confluencia de argentinos de todas las edades, es una.
La inmensa y entusiasta presencia de jóvenes –es decir: argentinos que NO vivieron aquella dictadura- que coloreaban cantando, saltando y bailando cada una de esas marchas, es otra.
Otra particularidad, sin duda, era la característica de las consignas. No eran contra una política equis, eran a favor de la situación en que se encontraban. Es decir: que se trataba de multitudes en la calle manifestándose para festejar las políticas del gobierno que tienen.
Y otra -last but not least-  que esas consignas, coreadas, vociferadas, cantadas, saltadas y bailadas por niños, jóvenes, adultos y ancianos, de uno y otro sexo, de muy distintos orígenes ideológicos, de las más diversas actividades particulares, eran las mismas, celebraban el momento en que vivían y se hablaban siempre de IR POR MÁS.
Casi, casi, como enamorarse, podría decirse.
Entonces.
Entonces, la anatema que desde varios lugares del campo popular se proyectaba sobre aquellas diluídas banderas de los Derechos Humanos –con la APDH, el SERPAJ o el CELS como usinas ideológicas- de los ’80 por la sospecha tal vez fundada del vaciamiento de contenido ideológico, hoy han sido pensadas de modo diferente,  resignificadas.
Está cada vez más claro –se notaba en la calle- que “los desaparecidos” lo fueron como único modo de poder destruir la estructura productiva de la Argentina. Es cada vez más evidente que sin la instauración de aquel terror, jamás habrían logrado la transformación económica neoliberal, con la supremacía de la timba financiera y el predominio de las corporaciones trasnacionales. Que sin ese terror, sin aquel plan sistemático de exterminio, jamás hubiera ocurrido, por ejemplo,  Carlos Saul Ménem.
Y lo mismo ocurre con Rodolfo Walsh. Que, sin reunir las características esenciales de un “desaparecido”, se convierte en emblema y paradigma de la resistencia a la represión organizada. Más que por las propias cualidades –que no le faltan-, tal vez por ser emblema y paradigma de las “operaciones” simbólicas sobre los desaparecidos. La constante tergiversación, el vaciamiento de sus proyectos, esperanzas y objetivos. Cuando se insiste, desde las viejas usinas ideológicas, en presentarlo como periodista –oficio que sólo desempeñó lateralmente y siempre como militante-, como un “intelectual comprometido” –rol que el mismo Walsh despreció explícitamente-, como un “libre pensador no peronista”, obviando el hecho de que TODA su actividad en Argentina –desde 1956 y hasta el momento de su asesinato-  estuvo ligada a la reivindicación del peronismo, cuando no a la militancia revolucionaria directa EN organizaciones peronistas. Primero en las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), finalmente en Montoneros.
Las actuales multitudes no suponen un Walsh limpio, idealista, intelectual o librepensante: lo saben un militante. Lo sospechan uno de ellos. Un subversivo.
Como subversivo es el actual estado del alma de la patria. Una agitada, alborozada subversión al acatamiento de las leyes del mercado, al cinismo político, al descreimiento en el prójimo, a la imposible salvación individual. Saben que el alma es colectiva. Es decir: subversiva.
Este cambio en el significado de algunos nombres, de algunos hombres, de algunas banderas, no es inocente, ni casual, ni azaroso. Habla de una maduración, de una sedimentación de ideas y de una reflexión profunda de la sociedad argentina. De un separar la paja del trigo que fue creciendo aceleradamente de 2003 para aquí –crisis del 2001 mediante- consagrando el liderazgo político de dos personas. Dos personas que, en tanto líderes, significan eso: la síntesis, “el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, las preocupaciones y los hábitos de una nación en una época histórica dada”, diría Sarmiento. Esta es una experiencia popular, social, de masas, que ya ha dejado su huella en cada uno, que será el piso, el basamento, el fondo mismo desde donde partir.
Porque –malas noticias para los amigos de la izquierda de la izquierda de la izquierda que, tal vez por esas redondeces del mundo, terminan pensando parecido a los amigos de la derecha de la derecha de la derecha-, cuando las multitudes inundan las calles de la patria no se trata de imbéciles corderos sin norte, deslumbrados por demagógicos presidentes, ni de módicos mercenarios del chori, ni de jóvenes ambiciosos de puestos públicos, como prefieren creer. No: esas oleadas de argentinos que gritan su alegría y su esperanza, frente a los prejuicios se ven hermosos y dicen que, al fin, nunca llegan tarde, tan sólo siguen sus corazones.
La muchedumbres que mentan a Néstor, que proclaman a Cristina, que aman a Evita, que vivan a Perón, no van a olvidar esta época. No van confundidos por engaños. No compran espejitos de colores. Sólo siguen sus corazones. Y así dan cuenta de un buen amor. De un gran amor. De un sólo amor.


[1] Edecán de Perón en 1954 y su delegado personal desde comienzos de 1967 hasta marzo de 1968. Fue editor de Con Todo, órgano del peronismo revolucionario, y defendió públicamente a los guerrilleros de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) apresados en Taco Ralo en septiembre de ese mismo año. En las primeras horas del 24 de marzo de 1976, un grupo de militares y policías uniformados violentó el departamento del teniente coronel Bernardo Alberte, en el sexto piso del edificio de Avenida del Libertador 1160. "Alberte, venimos a matarte", gritaron antes de arrojarlo por una ventana hacia un patio interior.

1 comentario:

  1. https://youtu.be/FeYU5V8Yi3o

    Trabajo realizado por alumnos del Peñaloza, tras investigar la identidad de cada uno de los desaparecidos del municipio, durante la mas oscura epoca de nuestra historia. Nunca Mas!

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